Si perder peso es una meta abstracta:
Identifica las verdaderas razones por las que quieres enflacar, todo se vale: quiero estar espectacular en mi luna de miel, no quiero que me dé un infarto como a mi papá, quiero jugar con mis hijos sin escupir un pulmón.
Si prometes no tocar tus comidas favoritas pero siempre te gana el antojo:
Incluye en la dieta tus gustos favoritos; no importa si son papitas o una dona, la mejor forma de no caer en la tentación es considerarlos un postre: comerlos al final de la comida y en cantidades pequeñas.
Si te cachas comiendo a la menor provocación:
Es porque el caos a tu alrededor te lleva a eso; cuando tu cocina está sucia o tu escritorio desordenado, comes 44% más porquerías de lo normal.
Si picas munchies cuando te aburres o te estresas:
Come solo cuando tengas hambre; si de repente te cachas inconscientemente viendo qué hay en el refri, pregúntate si es tu estómago el que tiene hambre o tu ansiedad.
Si tienes buenas intenciones pero al primer antojo vale madre:
Deja ir ese concepto insoportable de “fuerza de voluntad”, mejor entrena tu cerebro a tomar mejores decisiones.
Si haces la dieta perfecto… excepto cuando tienes plan con amigos:
Ten una estrategia, si vas a un restaurante, ve el menú y elige qué quieres antes de llegar. Si vas a casa de alguien, come algo sano antes de salir y llegando allá nada más pica botanita sana como verduras o hummus.
Si después de hacer ejercicio te da un ataque de hambre y acabas con toda la alacena:
Concéntrate en lo que el ejercicio hace por tu cuerpo y no en el premio que te mereces por haber quemado 200 calorías.
Si abandonas tooooooda la dieta nomás porque te echaste un chocolatito:
Ponte metas que no tengan que ver con la aguja de la báscula o una talla de pantalón, sino con sentirte bien y feliz.
Vía: MOI.