Este espectacular templo cristiano fue construido hacia el año 360 d.C, pero el actual edificio, el que los turistas hoy podemos ver y admirar, data del año 532. Su estructura, su ornamentación y su grandeza se la debemos a dos de los más grandes genios de la Antigüedad: Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto. A ellos hay que atribuirles el hecho de que este fuera el templo más grande de la Cristiandad durante mil años, hasta la edificación de la catedral gótica de Sevilla.
El elemento más conocido de la Basílica de Santa Sofía es la enorme cúpula, que tiene un diámetro de casi 32 metros y se alza a una altura de más de 56 metros. Su diseño servirá de modelo para las cúpulas que los otomanos construirán en el futuro a lo largo y ancho de su imperio.
Precisamente fueron los otomanos, cuando el Sultán Mehmet entró en la ciudad a sangre y fuego en el año 1453, los primeros que saquearon las riquezas de la Basílica. Muchos de sus tesoros fueron destruidos, aunque por suerte se conservan casi todos los mosaicos de la época bizantina, considerados hoy una joya histórica y artística incomparable.
Más tarde, el sultán ordenó transformar el templo cristiano en mezquita y construir los cuatro minaretes que la flanquean.
La caída del Imperio Otomano tras la I Guerra Mundial y la subida al poder de Mustafa Kemal Ataturk supuso una nueva etapa para Santa Sofía de Constantinopla. La nueva república de corte laico transformó la mezquita en un museo, el Museo de Santa Sofía. Visita imprescindible en tu visita a Estambul.
Vía: Dónde Viajar.