Digo que la novela contemporánea de 'Fifty Shades of Grey' es un cuento de princesas del siglo XXI porque vemos a una joven en una historia donde cobra relevancia su virginidad (sí, como en la Edad Media) y, si no pobre, al menos de una clase no muy afortunada que se enamora, casi a primera vista, de un guapo millonario al cual ella busca salvar de su duro corazón, ¿les suena?
Lo peor viene después, pues aunque ella nunca firma el contrato que le propone Grey para ser (palabras más, palabras menos) su esclava sexual, ella termina cediendo y aceptando algunos de sus actos violentos: perseguirla hasta donde esté para controlar sus salidas ¡con su mamá!, lastimándola (sí, poquito y porque a ella le produce placer, pero agrediéndola física y emocionalmente al fin), sobornándola con regalos caros a cambio de sexo, y más que eso, a cambio de su libertad, y muchos otros ejemplos de micromachismo.
Si bien es cierto que el sexo vende y se esperaba su éxito rotundo en taquillas por esa razón, encuentro que esos resultados en ventas nos ofrecen una muestra de que nuestra sociedad, en términos de equidad de género, no está progresando. Si escuchamos los comentarios a nuestro alrededor nos podríamos alarmar de los enunciados que gritan entre líneas: nosotras buscamos un hombre así, dicen ellas; o a nosotros nos gustaría someter a alguien así, afirman ellos.
Lo preocupante no son las escenas de sexo, ni las filias de Grey, sino la intención de someter a alguien, de poseerlo y de agredir al otro sólo porque creemos que nos pertenece. Entonces, con este poder que le confiere su dinero y poder, él la asusta un poco, la controla un poco y ejerce violencia en contra de ella un poco.
Ella se da cuenta un poco tarde de que lo que está haciendo no está bien. En la última escena y después de ser azotada 6 veces ella renuncia, pues con cada golpe se reconoce agredida y llora, pues se percata que en esa relación no encontrará lo que busca. Ella sabe que aunque sea la envidia de su amiga periodista y sus padres se hayan admirado del novio que presentó no habrá boda, ni él se convertirá en el príncipe azul que soñó, bueno… crédito parcial.
Lo preocupante no es que las ferreterías se llenen de hombres que buscan amarrar a sus parejas con cuerdas y cerrarles la boca con cinta adhesiva (bueno, eso también es muy preocupante), sino que se sigan contando historias que pongan en el tonto y bobo papel de siempre a las mujeres: sometidas, violentadas, capaces por poco de firmar el contrato que las lleve a una especie de esclavitud con la promesa de un amor que no llegará.
Vía: Terra.